Hace 20 años, la prestigiada Asociación de Profesionales, revisando la manera en que había realizado la capacitación y el entrenamiento de sus agremiados y trabajadores, notó que los resultados no habían sido los esperados. Por eso, los miembros de su Consejo tuvieron la iniciativa de realizar un programa de formación con un enfoque más integral, buscando abarcar tanto el desarrollo de las personas como la formación de habilidades de liderazgo, dos aspectos que consideraban estratégicos para el fortalecimiento de las empresas de sus asociados.
Para lo anterior, encargaron a Arturo, uno de los miembros más jóvenes y entusiastas del Consejo, buscar varias opciones de profesionales que pudieran desarrollar con éxito un programa de esa magnitud, entendiendo que no bastaba con que fueran capacitadores sino que, además, tendrían que ser personas con experiencia en asesoría y que, por tanto, comprendieran los desafíos de las empresas. Finalmente, después de estudiar y analizar varias propuestas, Arturo regresó al Consejo con una recomendación: el grupo encargado de diseñar e implementar el programa tendría que estar conformado por dos equipos de asesores ya que no había uno que pudiera tener las dos competencias en el nivel de especialidad requerido. Un grupo se encargaría de diseñar un programa de crecimiento personal y otro distinto estructuraría un programa de liderazgo, y ambos tendrían que implementarlo en talleres intensivos de una semana de duración. Al Consejo le encantó la idea, era muy novedosa, nunca habían hecho algo así, y lo aprobaron de inmediato, así como el nombramiento de Francisco, un ingeniero muy joven, como coordinador de logística para que ayudara a Arturo en la realización del programa.
Los dos despachos seleccionados para intervenir en el programa fueron los siguientes:
El Instituto A, dedicado a desarrollar programas de crecimiento personal y asesorías a empresas en materia de recursos humanos, que estaba representado por Álvaro, un psicoanalista de 61 años de edad con mucho prestigio y liderazgo en el medio, dedicado a su profesión y a dirigir el Instituto, quien estaría acompañado de cinco asesores más: María, de 50 años, Lupita de 42, Juan de 38, Jaime de 47 y Esteban de 57 años, todos con formación en ciencias sociales y estudios de posgrados en psicología, sociología o desarrollo humano.
El Despacho B, dedicado a proporcionar consultoría a empresas y organismos, representado por Jesús, su director, un hombre de 45 años, con estudios de administración de empresas y posgrado en desarrollo organizacional, que estaba acompañado por uno de sus socios, Raúl de 32 años, licenciado en filosofía y en administración de empresas.
Los dos grupos de asesores fueron convocados por Arturo y Francisco a una reunión para darles a conocer lo que el Consejo quería. Resultó que varios de los asesores de los grupos se conocían de manera personal, e incluso, habían trabajado juntos en algunos proyectos, lo que consideraron que, sin duda, facilitaría la realización del programa. Los dos grupos acordaron con Francisco lo siguiente:
• Resultaba muy claro que el programa se dividiría en dos partes, una para formar a los participantes en su crecimiento personal y la otra para aumentar sus habilidades de liderazgo.
• Si el programa duraba una semana, es decir cinco días, entonces durante la mañana los participantes se dedicarían a su crecimiento personal, y por la tarde, al desarrollo de habilidades de liderazgo.
• Como estaba tan definida esta división de tareas y horarios, entonces cada grupo definiría su metodología y desarrollaría su parte con su estilo y recursos propios.
• Los programas se darían en una hacienda muy hermosa, ubicada fuera de la ciudad, para favorecer la inmersión y dedicación de los participantes en un ambiente relajado, de reflexión y de esparcimiento.
• También se desarrollarían una serie de actividades sociales y deportivas que complementaran la experiencia de los participantes.
En realidad, todos quedaron satisfechos con estos acuerdos y se dedicaron a la preparación de sus respectivas responsabilidades.
Llegó la fecha anhelada y se abrió el programa con una asistencia de 64 participantes, todos muy entusiastas. Estaban todos los asesores presentes, los seis de crecimiento personal y los dos de liderazgo. Francisco los recibió a las nueve de la mañana del lunes con un excelente discurso de bienvenida y después dijo que cedía la conducción del programa a los facilitadores. Y de pronto se hizo un silencio…
El silencio se prolongó durante más de 15 minutos, todos los participantes volteaban a verse unos a otros, buscaban quiénes eran los facilitadores, quién tomaba las riendas… Y el silencio se rompía de vez en cuando por risas nerviosas o alguna broma que pocos entendían y menos festejaban. Hasta que alguien dijo: “¿Bueno, de qué se trata esto? ¿no han llegado los maestros?” Entonces Álvaro respondió: “Aquí me tienes. ¿Hay algo que quieras lograr en este taller?”. Y el programa fue arrancando poco a poco.
Jesús y Raúl, los asesores de liderazgo, se retiraron y dejaron a los asesores de crecimiento personal hacer su trabajo. Estos dividieron al grupo en subgrupos y los atenderían por parejas de asesores. Ya habría ocasión a la hora de la comida de volver a reunirse y saber algo más de la dinámica de los grupos. Así trascurrió la mañana y durante la comida casi no hubo intercambio de información entre los dos grupos de asesores. Francisco, el coordinador, regresó a la ciudad pues tenía otras actividades muy urgentes, regresaría el jueves por la tarde o el viernes a primera hora.
Por la tarde, Jesús presentó a todo el grupo de participantes los objetivos del taller de liderazgo, una agenda muy estructurada y les entregó los materiales que se utilizarían durante la semana. Después, Jesús y Raúl formaron dos subgrupos y cada uno desarrolló el mismo programa con un diseño organizado de actividades distribuidas en horarios que permitían llevar las mismas acciones de manera simultánea. Sin embargo, en ambos grupos, Jesús y Raúl recibieron comentarios de los participantes acerca de que no les había gustado la forma de empezar el programa y que esa manera carente de estructura se había reproducido en los subgrupos esa mañana: algunas personas se sentían desconcertadas y otras se veían decepcionadas… ¿Estaban molestas?
Los asesores de liderazgo compartieron entre ellos estos comentarios después de la sesión, y decidieron tener un acercamiento con los otros asesores después de la cena, para pedirles permiso de darles esta retroalimentación. Así lo hicieron, pero la respuesta fue tajante por parte de Álvaro: “Gracias, pero nosotros sabemos lo que estamos haciendo, es un estilo diferente”. Después de eso, todos los asesores se integraron a las actividades sociales que estaban programadas y, como todo trascurrió bien durante esa noche, las cosas parecieron entrar en paz.
La mañana del segundo día todo siguió igual, aparentemente, salvo que unos ocho participantes se salieron de los subgrupos, se reunieron en privado y después buscaron a Jesús para comunicarle: “Somos un grupo que representa a los participantes, queremos que por favor les digas a los demás facilitadores que queremos una reunión a las cuatro de la tarde, si no hay un cambio, todos abandonaremos el programa. Con ustedes no tenemos problema”. Jesús recibió el mensaje y les aseguró que se lo trasmitiría a los demás asesores. Cuando se retiraron, Jesús fue de inmediato a buscar a Raúl para analizar la situación y buscar cómo trasmitir el mensaje a los asesores del otro grupo, a sabiendas de que no les había ido bien la noche anterior. Pero el mensaje tenía que ser escuchado por los asesores en crecimiento personal.
Los buscaron en uno de los recesos, mencionándoles que era un asunto de carácter urgente y pudieron hablar con tres de ellos: Álvaro, María y Jaime, y les trasmitieron el mensaje con mucho cuidado, aunque tratando de hacerles sentir que había algo serio en la situación. La respuesta de Álvaro fue: “Está bien, si el grupo de participantes quieren una reunión a las cuatro de la tarde, la tendrán, pero va sobre su tiempo del programa de liderazgo”. Después de dar el mensaje, los dos asesores de liderazgo conversaron acerca de su posición respecto de la reunión. Raúl decidió que no asistiría, consideró que era un problema del otro grupo de asesores y que, además, no habían mostrado mucha disponibilidad para recibir retroalimentación. Jesús decidió que sí asistiría a la reunión pues, si los participantes abandonaban el programa, también lo harían con el de liderazgo, aunque no tuvieran problemas con ellos; sería un daño colateral. Y además pensó que 64 personas se irían esa tarde con la triste realidad de no haber logrado nada de ese programa. Para él eso era lo más importante.
La reunión de las cuatro de la tarde se inició con la presencia de todos los participantes, no faltaba ninguno; las reclamaciones y demandas de cambio no se hicieron esperar: querían tener un programa que les señalara qué actividades realizarían las mañanas, no quería seguir así, se sentían a ciegas y a merced de lo que fueran decidiendo los asesores en cada momento. No comprendían esa dinámica y no les gustaba. O había un cambio o se iban esa misma tarde. Álvaro y sus compañeros trataron de explicarles la metodología que seguían, por qué entrar sin una estructura, que ese era su estilo de trabajo. Los participantes escucharon con atención y respeto, pero reiteraron: “O hay un cambio o nos vamos”. A los ojos del Jesús, la situación parecía enfangarse en una posición de fuerzas antagónicas: los clientes vs. los asesores. Un juego de fuerzas, el peor de todos en su experiencia, el juego que nunca ganan los asesores. Y Jesús decidió intervenir: “Yo les ofrezco a los asesores, si lo aceptan, trabajar con ellos lo que resta de la tarde y la noche para que mañana puedan presentar un breve esquema de trabajo. ¿Sería eso aceptable para todos los participantes?” La respuesta de los participantes fue positiva.
Pero cuando terminó la reunión, Álvaro le dijo a Jesús en tono seco y molesto: “Vamos a uno de los cuartos, tenemos que hablar muy seriamente”. Por supuesto, tuvieron una agria discusión acerca de sus diferentes estilos de trabajo y sus metodologías. Después hicieron el esquema de trabajo. A la mañana siguiente, los asesores de crecimiento personal lo presentaron a los participantes, el programa siguió su curso y terminó razonablemente bien.
Posteriormente, durante tres años, ambos equipos asesores continuaron realizando muchos programas de capacitación conjunta con resultados muy exitosos, la forma de iniciarlos fue modificada y los asesores en liderazgo intervinieron en esa etapa. Álvaro y María declinaron seguir en el programa, los demás asesores sí continuaron colaborando en él.
Ahora el lector puede reflexionar sobre las diferencias de estilos, metodologías y formas de interacción de los dos grupos de asesores con los participantes para hacerse una opinión propia. ¿Hay alguna acción que alguno de los grupos, o los dos grupos, no previeron? ¿Qué pasó con la coordinación del programa? ¿Cómo manejar los estilos diferentes frente a los clientes? ¿Son estilos diferentes o el cliente va primero?, y muchos otros aspectos. |